Deja que suene
Por Lucía Alonso
Ramírez, 4º ESO
Te
hiciste sonar ya muy entrada la noche.
Hiciste
que la esperanza de volver como antes me embriagase, y de no ser de mi mejor
amigo, el sentido común, te hubiera respondido.
Un
tono.
Mis
manos temblaron al ver tu nombre iluminado. Aún me sorprende cómo de tanta luz
pudiese emanar tanta oscuridad. Como unas letras, podían removerme por dentro
como si de un terremoto se tratara.
Dos
tonos.
Ninguna
lágrima salía de mis ojos, no te merecías más. No te merecías ninguna.
Aunque
ya me lo advirtieron. Me dijeron que en el amor las lágrimas son compartidas ¿y
cómo no me daba cuenta de que ni siquiera compartías tu tiempo conmigo?
Tres
tonos.
¡Mentiras!
Mentiras fueron todas aquellas excusas que vulgarmente me contabas. Aquellas
que salían de tu boca cuando salías por la noche sin dejar que yo me fuese.
Con
la única compañía de mi alma destrozada y de la forma de tus labios al decir
rotundamente “NO”, me di cuenta de que sí, debía irme.
Fin
de la llamada.
Y en
estos días, aún me preguntan por qué aceptaba las rosas después de la tormenta,
por qué no notaba aquella puerta cerrada.
Y
pocas entienden que me había clavado todas aquellas espinas y hasta que no pude
arrancármelas, no pude ver la verdad. No pude ver el cielo sin nubes.
Llamada
entrante.
Por
esos nueve de cada diez adolescentes que sufren a costa de su pareja, por todos
aquellas a quienes les enseñaron que amar es sufrir, a todos aquellos que
callan a gritos todo lo que les duele. A todos ellos...
A
todos ellos les mando fuerzas desde la senda clara en la que me hallo, y decir
que debéis dedicar al monstruo que os retiene, que no os deja volar, las
palabras del rechazo:
“El
número al que llama ha cambiado, está desconectado o no está activo...”