lunes, 3 de octubre de 2016

Deja que suene

Deja que suene

Por Lucía Alonso Ramírez, 4º ESO


Te hiciste sonar ya muy entrada la noche.
Hiciste que la esperanza de volver como antes me embriagase, y de no ser de mi mejor amigo, el sentido común, te hubiera respondido.


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Un tono.

Mis manos temblaron al ver tu nombre iluminado. Aún me sorprende cómo de tanta luz pudiese emanar tanta oscuridad. Como unas letras, podían removerme por dentro como si de un terremoto se tratara.

Dos tonos.

Ninguna lágrima salía de mis ojos, no te merecías más. No te merecías ninguna.
Aunque ya me lo advirtieron. Me dijeron que en el amor las lágrimas son compartidas ¿y cómo no me daba cuenta de que ni siquiera compartías tu tiempo conmigo?

Tres tonos.

¡Mentiras! Mentiras fueron todas aquellas excusas que vulgarmente me contabas. Aquellas que salían de tu boca cuando salías por la noche sin dejar que yo me fuese.
Con la única compañía de mi alma destrozada y de la forma de tus labios al decir rotundamente “NO”, me di cuenta de que sí, debía irme.

Fin de la llamada.

Y en estos días, aún me preguntan por qué aceptaba las rosas después de la tormenta, por qué no notaba aquella puerta cerrada.
Y pocas entienden que me había clavado todas aquellas espinas y hasta que no pude arrancármelas, no pude ver la verdad. No pude ver el cielo sin nubes.


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Llamada entrante.

Por esos nueve de cada diez adolescentes que sufren a costa de su pareja, por todos aquellas a quienes les enseñaron que amar es sufrir, a todos aquellos que callan a gritos todo lo que les duele. A todos ellos...


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A todos ellos les mando fuerzas desde la senda clara en la que me hallo, y decir que debéis dedicar al monstruo que os retiene, que no os deja volar, las palabras del rechazo:


“El número al que llama ha cambiado, está desconectado o no está activo...”