CAZADO
Las hojas crujían bajo las
apresuradas pisadas de nuestro intrépido cazador, que se encontraba en busca de
su alimento. Nuestro protagonista corría entre la frondosa jungla que lo
rodeaba y no podía parar de pensar en lo que le depararía el destino.
Justo al llegar al valle se detuvo a
observar el amplio, aunque peligroso paisaje. Él era miedoso y recordó con
sentimiento nostálgico a su familia, pero sabía que no se podía detener, porque
si no, él no comería hoy.
Así que corrió y se escondió tras las
frondosas hojas de un arbusto, desde donde podía observar su desayuno: un
delicioso y jugoso huevo cómodamente apoyado en su nido. Sin más rodeo, echó a
correr colina abajo, agarró el huevo y volvió corriendo por donde había venido.
En ese momento, de la nada, apareció
la madre de la cría corriendo tras él. Del miedo que recorría su cuerpo tropezó
y el huevo cayó al suelo. La madre no lo dudó, se lanzó sobre él y enfurecida
le arrebató la vida. Y así acabó el temeroso cazador: Cazado.
Pablo Lozano Conde, 1º
B
BUEN CORAZÓN
Las hojas crujían bajo las
apresuradas pisadas de Laura por aquel puente, mientras recordaba la tragedia
de hacía tan solo dos semanas. No se podía creer que volviese a tener fuerzas
para volver a pasar sola por ahí, tan
pronto, después de lo que pasó. No paraba de pensar lo mismo: “Si no le hubiese
hablado, nada de esto habría pasado.
Y tenía razón. Si hubiese pasado de
largo, ahora mismo, podría estar en su casa tranquila y no, de camino al
juzgado. Pero es muy difícil que veas a un hombre desplomarse en el suelo y
pasar de largo, sobre todo, si eres Laura, una joven de 28 años con muy buen corazón.
Aquel hombre no era tan buena persona
como ella y cuando Laura fue a preguntarle si estaba bien todo se complicó.
Estrella García García,
2º C
LOS OTOÑOS DE MI INFANCIA
Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas de aquel frío otoño. Yo era pequeña, pero recuerdo el crujir de aquellas hojas cuando yo dejaba mi huella en ellas, aunque era más divertido cogerlas y hacer pequeños abanicos que impregnaban mi nariz con aquel olor. Mi madre siempre jugaba conmigo a pisarlas y por las noches me relataba pequeñas historias sobre pequeñas hadas que llevaban grandes aventuras con las hojas caídas. Ella me explicaba que esa era la función de aquellos seres. He crecido pero aún sigo haciéndolo cada vez que vuelvo del trabajo porque eso me recuerda a ella y me hace volver a mi querida y añorada infancia, esa en la que mi única preocupación era pisar las hojas crujientes del otoño y escuchar las historias de aventuras contadas por mi madre.
Ainhoa Faulimé Valle, 3º B
EL CAMINO
Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas. El sol todavía no había salido, solo una luz pequeña alumbraba mi camino, salía de esa farola vieja que se apagaba cada cierto tiempo. Odiaba esa parte del día. Por suerte, solo duraba cinco minutos. Era en ese periodo de tiempo en el que me encontraba sola, sin nadie con quien hablar, solo viendo a desconocidos pasar. Iba pensando en lo que me esperaba por hacer durante el día y me preparaba para lo que viniese, pensaba en mis cosas y reflexionaba sobre ellas, hasta que llegaba al final del camino, donde me esperaban un grupito de alocadas con el fin de desvelarme del todo con sus broncas porque llegaba un poco tarde. En definitiva, era un camino lleno de reflexiones y voces que hacían que mis ojos se abrieran por completo, era el camino de casa al instituto.
Ana Jiménez Palomino, 4ºC
EL FIN DE LOS DÍAS
Las hojas crujían bajo las
apresuradas pisadas de aquel señor esa fría mañana. Me encontraba en lo más
alto de la colina. Desde allí, podía ver hacia un lado, la ciudad y hacia el
otro, el frondoso bosque. Yo era grande y robusto y, durante las estaciones
florales, era el hogar de centenares de pájaros de todas clases y colores.
A los pies de la colina reposaba un
lago de aguas turbias que, si no recuerdo mal, no siempre había estado así. Era
el corazón del bosque, pero ya todo era diferente. Desde hace años, el paraíso
en el que vivía, mi hogar, empezó a notar cambios. Cada vez había menos agua,
cada vez hacía más calor, se veían chimeneas de humo en vez de pinos… creando
un ambiente inhóspito.
Una fría mañana de otoño, escuchando
un ruidoso sonido metálico veía como caían los que me rodeaban formando un
enorme estruendo. Entre todo el escándalo, oí unas pisadas que se dirigían
hacia mí. Noté un intenso dolor en el tronco. Fue entonces cuando me talaron.
Álvaro García Vázquez, 1º CTA
ALEJARSE
Las hojas crujían bajo las
apresuradas pisadas de aquella chica que se alejaba, sin saberlo, de quien más
quería.
Hacía tiempo que caminaba igual, con
un rumbo distinto dependiendo de la hora, pero siempre las hojas crujían sin
para bajo sus pies llenos de dudas, errores y miedos. Los días pasaban rápidos,
sin treguas, sin pensar, sin disfrutarlos, sin dejarse respirar. “Relájate”,
repetían. “Vas a llegar tarde”, le decían a cada hora, a cada minuto, a cada
segundo. Hasta que un día, el mundo se paró para ella y tuvo que pararse con
él.
Aquellos meses de desenfreno, de
minuteros que marcaban horas que ya no le quedaban para exprimir, fueron
invadidos por el miedo y ella se sintió como todas aquellas hojas que crujían y se rompían meses
atrás bajo sus apresuradas pisadas.
Ha pasado un tiempo y hoy puedo decir
que las hojas han dejado de crujir bajo sus apresuradas pisadas, que los días
han dejado de volar y, que ella está mucho más cerca que antes de quien siempre
ha querido ser: Ella misma.
HOY QUIERO GANARTE
Las hojas crujían bajo las
apresuradas pisadas, al unísono del chirriante pitido del tren. Con cada hoja
que sonaba ella, en su corazón, generaba una nueva barrera. Él, que miraba
atónito como se rompían en mil pedazos cada una de las hojas que ella pisaba,
generaba en su mente un símil que creo que es fácil de imaginar y no hace falta
recalcar: Dos personas, un mismo recorrido, una misma distancia que los separan,
la misma cantidad de hojas en el camino de ida, para él; y de vuelta, para
ella. ¿Cuántas personas se deben ir para aprender a decir adiós? No es el
momento de averiguarlo. Se apresuró y mientras avanzaba hacia ella, fue
recomponiendo cada una de las hojas que ella destruyó , derribando así toda
barrera posible y cuando la tuvo al alcance de su mano y coincidiendo con la
última llamada del tren, la giró, la miró, la besó y le susurró: “Hoy quiero
ganarte”.
Nazaret Moreno Reyes, 2º A LABORATORIO
EL DIAGNÓSTICO
Las hojas crujían bajo las
apresuradas pisadas. Era consciente de que no llegaría a tiempo, pero la noche
no había sido fácil, y, al amanecer, el sueño y el cansancio la habían vencido,
obviando la alarma a las ocho de su móvil. Introdujo su mano izquierda en el
bolsillo del abrigo y prendió las llaves del viejo citroen, sorteándolas entre
el blíster de Tranquimazín y el pintalabios carmín que ayer no conseguía
encontrar su bolso.
La angustiosa lágrima que días antes
se deslizaba temblorosa por su mejilla, se había tornado en un rancio sabor a
incertidumbre, por lo que hoy se disponía a conocer.
Al entrar, percibió las miradas de
las personas que se encontraban en la sala de espera, pero se sintió incapaz de
levantar su cabeza.
Tomó asiento de espalda a una puerta
en la que aparecía rotulado el nombre “Drª. María Jesús”, mostrándose reacia a
afrontar lo que simbolizada aquella puerta para ella: la línea que separaba lo
trivial de lo transcendental. Sabía que cruzar aquel umbral suponía
desprenderse de las diversas máscaras que había aceptado llevar a lo largo de
su vida, para transformarse en una persona desnuda, frágil y vulnerable.
Luis de Bernardi Linares, Profesor