jueves, 21 de diciembre de 2017

TEXTOS GANADORES DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS

Ahora que llegan las vacaciones os dejamos la lectura de estos textos ganadores en el certamen de microrrelatos organizado por la Biblioteca en colaboración con el Departamento de Lengua.

  

CAZADO



Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas de nuestro intrépido cazador, que se encontraba en busca de su alimento. Nuestro protagonista corría entre la frondosa jungla que lo rodeaba y no podía parar de pensar en lo que le depararía el destino.
Justo al llegar al valle se detuvo a observar el amplio, aunque peligroso paisaje. Él era miedoso y recordó con sentimiento nostálgico a su familia, pero sabía que no se podía detener, porque si no, él no comería hoy.
Así que corrió y se escondió tras las frondosas hojas de un arbusto, desde donde podía observar su desayuno: un delicioso y jugoso huevo cómodamente apoyado en su nido. Sin más rodeo, echó a correr colina abajo, agarró el huevo y volvió corriendo por donde había venido.
En ese momento, de la nada, apareció la madre de la cría corriendo tras él. Del miedo que recorría su cuerpo tropezó y el huevo cayó al suelo. La madre no lo dudó, se lanzó sobre él y enfurecida le arrebató la vida. Y así acabó el temeroso cazador: Cazado.

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Pablo Lozano Conde, 1º B


  

BUEN CORAZÓN

Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas de Laura por aquel puente, mientras recordaba la tragedia de hacía tan solo dos semanas. No se podía creer que volviese a tener fuerzas para volver a pasar sola por ahí,  tan pronto, después de lo que pasó. No paraba de pensar lo mismo: “Si no le hubiese hablado, nada de esto habría pasado.
Y tenía razón. Si hubiese pasado de largo, ahora mismo, podría estar en su casa tranquila y no, de camino al juzgado. Pero es muy difícil que veas a un hombre desplomarse en el suelo y pasar de largo, sobre todo, si eres Laura, una joven de 28 años con muy buen corazón.
Aquel hombre no era tan buena persona como ella y cuando Laura fue a preguntarle si estaba bien todo se complicó.


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Estrella García García, 2º C





LOS OTOÑOS DE MI INFANCIA


Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas de aquel frío otoño. Yo era pequeña, pero recuerdo el crujir de aquellas hojas cuando yo dejaba mi huella en ellas, aunque era más divertido cogerlas y hacer pequeños abanicos que impregnaban mi nariz con aquel olor. Mi madre siempre jugaba conmigo a pisarlas y por las noches me relataba pequeñas historias sobre pequeñas hadas que llevaban grandes aventuras con las hojas caídas. Ella me explicaba que esa era la función de aquellos seres. He crecido pero aún sigo haciéndolo cada vez que vuelvo del trabajo porque eso me recuerda a ella y me hace volver a mi querida y añorada infancia, esa en la que mi única preocupación era pisar las hojas crujientes del otoño y escuchar las historias de aventuras contadas por mi madre.


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Ainhoa Faulimé Valle, 3º B





EL CAMINO

Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas. El sol todavía no había  salido, solo una luz pequeña alumbraba mi camino, salía de esa farola vieja que se apagaba cada cierto tiempo. Odiaba esa parte del día. Por suerte, solo duraba cinco minutos. Era en ese periodo de tiempo en el que me encontraba sola, sin nadie con quien hablar, solo viendo a desconocidos pasar. Iba pensando en lo que me esperaba por hacer durante el día y me preparaba para lo que viniese, pensaba en mis cosas y reflexionaba sobre ellas, hasta que llegaba al final del camino, donde me esperaban un grupito de alocadas con el fin de desvelarme del todo con sus broncas porque llegaba un poco tarde. En definitiva, era un camino lleno de reflexiones y voces que hacían que mis ojos se abrieran por completo, era el camino de casa al instituto.


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Ana Jiménez Palomino, 4ºC 



EL FIN DE LOS DÍAS

Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas de aquel señor esa fría mañana. Me encontraba en lo más alto de la colina. Desde allí, podía ver hacia un lado, la ciudad y hacia el otro, el frondoso bosque. Yo era grande y robusto y, durante las estaciones florales, era el hogar de centenares de pájaros de todas clases y colores.
A los pies de la colina reposaba un lago de aguas turbias que, si no recuerdo mal, no siempre había estado así. Era el corazón del bosque, pero ya todo era diferente. Desde hace años, el paraíso en el que vivía, mi hogar, empezó a notar cambios. Cada vez había menos agua, cada vez hacía más calor, se veían chimeneas de humo en vez de pinos… creando un ambiente inhóspito.
Una fría mañana de otoño, escuchando un ruidoso sonido metálico veía como caían los que me rodeaban formando un enorme estruendo. Entre todo el escándalo, oí unas pisadas que se dirigían hacia mí. Noté un intenso dolor en el tronco. Fue entonces cuando me talaron.


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Álvaro García Vázquez, 1º CTA


ALEJARSE

Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas de aquella chica que se alejaba, sin saberlo, de quien más quería.
Hacía tiempo que caminaba igual, con un rumbo distinto dependiendo de la hora, pero siempre las hojas crujían sin para bajo sus pies llenos de dudas, errores y miedos. Los días pasaban rápidos, sin treguas, sin pensar, sin disfrutarlos, sin dejarse respirar. “Relájate”, repetían. “Vas a llegar tarde”, le decían a cada hora, a cada minuto, a cada segundo. Hasta que un día, el mundo se paró para ella y tuvo que pararse con él.
Aquellos meses de desenfreno, de minuteros que marcaban horas que ya no le quedaban para exprimir, fueron invadidos por el miedo y ella se sintió como todas  aquellas hojas que crujían y se rompían meses atrás bajo sus apresuradas pisadas.
Ha pasado un tiempo y hoy puedo decir que las hojas han dejado de crujir bajo sus apresuradas pisadas, que los días han dejado de volar y, que ella está mucho más cerca que antes de quien siempre ha querido ser: Ella misma.
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Silvia Rueda Lozano, 2º HCSA


HOY QUIERO GANARTE

Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas, al unísono del chirriante pitido del tren. Con cada hoja que sonaba ella, en su corazón, generaba una nueva barrera. Él, que miraba atónito como se rompían en mil pedazos cada una de las hojas que ella pisaba, generaba en su mente un símil que creo que es fácil de imaginar y no hace falta recalcar: Dos personas, un mismo recorrido, una misma distancia que los separan, la misma cantidad de hojas en el camino de ida, para él; y de vuelta, para ella. ¿Cuántas personas se deben ir para aprender a decir adiós? No es el momento de averiguarlo. Se apresuró y mientras avanzaba hacia ella, fue recomponiendo cada una de las hojas que ella destruyó , derribando así toda barrera posible y cuando la tuvo al alcance de su mano y coincidiendo con la última llamada del tren, la giró, la miró, la besó y le susurró: “Hoy quiero ganarte”.

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Nazaret Moreno Reyes, 2º A LABORATORIO
  

EL DIAGNÓSTICO

Las hojas crujían bajo las apresuradas pisadas. Era consciente de que no llegaría a tiempo, pero la noche no había sido fácil, y, al amanecer, el sueño y el cansancio la habían vencido, obviando la alarma a las ocho de su móvil. Introdujo su mano izquierda en el bolsillo del abrigo y prendió las llaves del viejo citroen, sorteándolas entre el blíster de Tranquimazín y el pintalabios carmín que ayer no conseguía encontrar su bolso.
La angustiosa lágrima que días antes se deslizaba temblorosa por su mejilla, se había tornado en un rancio sabor a incertidumbre, por lo que hoy se disponía a conocer.
Al entrar, percibió las miradas de las personas que se encontraban en la sala de espera, pero se sintió incapaz de levantar su cabeza.
Tomó asiento de espalda a una puerta en la que aparecía rotulado el nombre “Drª. María Jesús”, mostrándose reacia a afrontar lo que simbolizada aquella puerta para ella: la línea que separaba lo trivial de lo transcendental. Sabía que cruzar aquel umbral suponía desprenderse de las diversas máscaras que había aceptado llevar a lo largo de su vida, para transformarse en una persona desnuda, frágil y vulnerable.
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Luis de Bernardi Linares, Profesor